Un beso en la mejilla, un abrazo sin motivo,
una rosa inesperada, un “buenos días princesa”, una palabra al oído y unas
cuantas mariposas comienzan a revolotear con cada botella de vino que de
descorcha ante nosotros.
Los planes se tornan interesantes si son en
común y el ahora se convierte en un posible mañana dejando que el otoño tenga
otro brillo menos triste que los anteriores.
El corazón que late, que vuelve a latir con
fuerza e intensidad sin dejar de temblar por el miedo a volver a ser dañado
pero que siente más ganas que nunca de arriesgar y seguir avanzando.
La necesidad de tal compañía hace saltar las
alarmas que anuncian que, pase lo que pase, desde este verano todo ha vuelto a cambiar
para no ser nunca igual.